segunda-feira, 2 de maio de 2011

Sobre Sábato

ERNESTO SABATO

Entre la lucidez y el desencanto

El padre del Nunca Más. Al margen de su valiosa trayectoria literaria, Ernesto Sabato fue también quien presidió, a través de la Conadep, las investigaciones sobre las atrocidades de la dictadura de 1976
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GUILLERMO ZAPIOLA
Era probablemente el más importante escritor argentino vivo hasta el pasado sábado. Con la muerte a los noventa y nueve años de Ernesto Sabato, se va uno de los verdaderamente grandes.
¿Borges o Sabato? Muchos respondemos sin dudarlo "Borges" (y Borges hubiera dicho "Bioy"), pero la pregunta que más de uno se ha hecho (o la confrontación planteada en la pregunta) no es disparatada, y de alguna manera da cuenta de la estatura literaria del autor fallecido en su casa de la localidad de Santos Lugares, en la provincia de Buenos Aires, a los 99 años. de una bronquitis.
Advertencia a los lectores: la omisión del acento en el apellido del escritor en la presente nota es deliberada. Es como el propio interesado lo escribía, a la italiana. Pronunciación esdrújula, pero sin tilde.
Había nacido el 24 de junio de 1911 en la ciudad de Rojas, provincia de Buenos Aires, décimo hijo de una familia de once. Hizo la escuela primaria en su ciudad natal, y la secundaria en La Plata, donde conoció al escritor Pedro Enríquez Ureña, que sería declaradamente una de las influencias decisivas sobre su vocación.
En 1929 ingresó a la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la Universidad Nacional de La Plata, fue militante del partido Comunista y en 1933 fue elegido secretario general de la Federación Juvenil de esa agrupación política. Sin embargo no tardó en exhibir algunas desconfianzas acerca de las bondades del sistema stalinista, y para sacárselas el partido lo envió a Moscú, con resultados opuestos a los esperados. Pasó algún tiempo en las Escuelas Leninistas de la capital soviética. Poco después, y ya desencantado de sus iniciales ardores militantes, se trasladó a París, donde escribió su primera novela, La fuente muda. De regreso en Buenos Aires en 1936 se casó con Matilde Kusminsky Richter, a quien conociera en sus años de militancia.
En 1938 obtuvo el Doctorado en Física en la Universidad Nacional de La Plata y luego consiguió una beca de investigación sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie en París. En la capital francesa entró en contacto con el movimiento surrealista y con la obra de Óscar Domínguez, Benjamín Péret, Roberto Matta Echaurren, Esteban Francés y otros autores que influirían igualmente en su obra futura.
Evocando esos años recordaría más tarde: "Durante ese tiempo de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre electrómetros y probetas y anochecía en los bares, con los delirantes surrealistas. En el Dome y en el Deux Magots, alcoholizados con aquellos heraldos del caos y la desmesura, pasábamos horas elaborando cadáveres exquisitos".
En 1939 fue transferido al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), y en 1940 decidió volver a la Argentina decidido a abandonar la ciencia, aunque para cumplir con quienes le habían otorgado la beca se desempeñó durante algún tiempo más como profesor en la Universidad de La Plata, en la cátedra de ingreso a Ingeniería y en un postgrado sobre Relatividad y Mecánica Cuántica.
En 1943 se alejó definitivamente de la ciencia para dedicarse a la literatura y la pintura. Se instaló en Pantanillo, en la provincia de Córdoba, en un rancho sin agua ni luz donde prácticamente no hizo otra cosa que escribir. En 1938 había nacido su primer hijo, Jorge Federico. En 1945 tuvo al segundo, el futuro cineasta Mario Sabato, quien llegaría a rodar en 2007 el documental Ernesto Sabato, mi padre.
Su primer trabajo vinculado con la literatura fue un artículo sobre la novela La invención de Morel de Bioy Casares publicado en la revista Teseo de La Plata. Con el apoyo de Henríquez Ureña colaboró en la revista Sur de Victoria Ocampo, y también tradujo algunos trabajos científicos y filosóficos de George Gamow y Bertrand Russell. A esas alturas, sin embargo, sus sospechas con respecto a la ciencia como panacea para los males de la humanidad se estaban acentuando, y en 1945 publicó su primer libro, Uno y el universo, una serie de artículos filosóficos donde advirtió sobre los riesgos de deshumanización de las sociedades tecnológicas. "En París, asistí a la ruptura del átomo de uranio, que se disputaban tres laboratorios: ganó la `carrera` un alemán. Pensé que era el comienzo del Apocalipsis``, explicó entonces.
SALTO. Varias editoriales rechazaron su novela El túnel antes de que Sur aceptara publicarla en 1948. Enmarcada en el existencialismo entonces de moda, esa novela psicológica de excelente factura fue traducida a diez idiomas, elogiada por Albert Camus (que impulsó su edición francesa) y hasta llevada al cine en 1952 por el director León Klimovsky.
Siguieron otros ensayos, una pública oposición al peronismo (aunque respetaba a la figura de Eva Duarte) y un nombramiento como interventor de la revista Mundo Argentino tras la caída de Perón, cargo al que renunció tras saber que también los militares de la Revolución Libertadora torturaban a la gente. En 1961 publicó la que muchos consideran su mejor novela (y uno de los grandes libros argentinos del siglo XX): Sobre héroes y tumbas. La acción entrelaza la decadencia de una familia aristocrática argentina con la muerte del discutido caudillo militar del siglo XIX Juan Lavalle. Un fragmento de la novela, Informe sobre ciegos, ha adquirido vida propia y hasta llegó a ser publicado en forma independiente.
En 1974 aportó su tercera gran novela, Abbadón el exterminador, un ambicioso cuadro de carácter apocalíptico en el que se incluyó como personaje y que recupera también a algunas de las criaturas de ficción de Sobre héroes y tumbas. Continuó generando trabajos de reflexión y ensayo, obteniendo premios internacionales (como el Cervantes) y doctorados honoris causa. En 1990 se casó por la iglesia con Matilde Kusminsky Richter (su esposa "civil" desde los años treinta), quien falleció en 1998. En 1995 había muerto en un accidente automovilístico su hijo Jorge.
Continuó viviendo en Santos Lugares desde 1945, pero hacía seis años que los médicos le habían prohibido leer y escribir. Siguió pintando y siendo cuidado por enfermeras y por su colaboradora Elvira González Fraga, quienes le leían a lo largo de la tarde hasta que se dormía.

Las opiniones políticas de un hombre que fue muy polémico

"Las Escuelas Leninistas de Moscú eran un lugar donde uno se curaba o terminaba en un gulag o en un hospital psiquiátrico".
"El motor de la historia es el resentimiento que, en el caso argentino, se acumula desde el indio, el gaucho, el gringo, el inmigrante y el trabajador moderno, hasta conformar el germen del peronista, el principal resentido y olvidado".
"Aunque fui comunista activista, el anarquismo siempre me ha parecido una vía de conseguir justicia social con libertad plena. Y valoro el cristianismo del Evangelio. Este siglo es atroz y va a terminar atrozmente. Lo único que puede salvarlo es volver al pensamiento poético, a ese anarquismo social, y al arte".

Del elogio a Videla hasta el "Nunca más"

Sabato demoró en entender realmente las dimensiones de la crueldad de la dictadura argentina instaurada en 1976, pero (al igual que Borges) asumió posturas muy nítidas al respecto cuando se convenció de lo que había ocurrido.
Poco después del golpe del 76, el escritor asistió a un almuerzo de escritores con el dictador Jorge Rafael Videla, a quien definió como "un hombre culto, modesto e inteligente". Incluso en 1978, en el momento de la represión más feroz, llegó a decir que "sin duda alguna, en los últimos meses en nuestro país, muchas cosas han mejorado: las bandas terroristas armadas han sido puestas en gran parte bajo control``.
Sin embargo, hacia 1979 comenzó a convencerse de que había cosas que estaban funcionando realmente muy mal. En 1979 denunció la censura en uno de los ensayos de su colección "Apologías y rechazos``. Los cuestionamientos se acen- tuarían en los años siguientes.
Tras el retorno de la democracia, Sabato presidió la Conadep, una comisión encargada de investigar las violaciones a los derechos humanos ocurridos en la Argentina dictatorial. Esa investigación y posterior informe fueron plasmados en el libro "Nunca Más", conocido mundialmente como "Informe Sabato". El número de desaparecidos establecido en ese informe quedó fijado en 8.960 (con la constancia de que la cifra "no podía considerarse definitiva"), constató la existencia de 340 centros clandestinos de detención, y sirvió de base al proceso de la Junta de Comandantes en Jefe.
El País Digital

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